Declaración Doctrinal
Afirmaciones Doctrinales Esenciales (para los estudiantes y el personal del seminario)
Mientras que nuestra facultad y junta directiva deben afirmar anualmente su acuerdo con la declaración de fe completa, los estudiantes solamente necesitan estar de acuerdo con estas siete doctrinas esenciales:
- La Trinidad
- La completa divinidad y humanidad de Cristo
- La perdición espiritual de la raza humana
- La expiación sustitutiva y la resurrección corporal de Cristo
- La salvación por la sola gracia y a través de la sola fe únicamente en Cristo
- El regreso corporal de Cristo
- La autoridad e infalibilidad de la Escritura
Declaración Doctrinal Completa
DTS recientemente fortaleció su declaración doctrinal. Próximamente se actualizará la versión en español. Consulte la versión en inglés para conocer la declaración doctrinal oficial hasta ese momento.
Artículo I—Las Escrituras
Creemos que “toda la Escritura ha sido dada por inspiración de Dios.” Por esto queremos decir que la Biblia completa fue escrita por santos hombres de Dios que fueron “movidos por el Espíritu Santo” a escribir sus mismas palabras. Creemos que esta inspiración divina se extiende igual y plenamente a todas y cada parte de la Escritura—libros históricos, poéticos, doctrinales y proféticos—tal y como aparecen en los manuscritos originales. Por tanto, creemos que la Biblia entera, en los manuscritos originales, es inerrante. Creemos que todas las Escrituras se centran en la persona del Señor Jesucristo y su obra, en su primera y segunda venida. Por tanto, ninguna porción de las Escrituras, incluso del Antiguo Testamento, se puede entender o leer correctamente si finalmente no nos guía a Jesucristo. De igual manera, creemos que todas las Escrituras fueron diseñadas para nuestra instrucción práctica. (Mc 12:26, 36; Lc 24:27, 44; Jn 5:39; 16:13; Hch 1:16; 17:2-3; 18:28; 26:22-23; 28:23; Rom 15:4; 1 Cor 2:13; 10:11; 2 Tim 3:16; 2 Pe 1:21)
Artículo II—La Deidad
Creemos que Dios es el Creador todopoderoso y Sustentador de todas las cosas visibles e invisibles, que existe eternamente en tres Personas—Padre, Hijo y Espíritu Santo—Estos tres son Dios, pues tienen exactamente la misma naturaleza, los mismos atributos, las mismas perfecciones, y consecuentemente, son igualmente dignos de toda honra, confianza, y obediencia. (Mt 28:18-19; Mc 12:29; Jn 1:14; Hch 5:3-4; 2 Cor 13:14; Heb 1:1-3; Ap 1:4-6)
Artículo III—Los Ángeles: Caídos y No Caídos
Creemos que Dios creó una innumerable compañía de seres espirituales que son libres de pecado y que se les conoce como ángeles. Uno de estos ángeles, el más alto en rango, “Lucifer, hijo de la mañana”, cometió el pecado del orgullo convirtiéndose así en Satanás. Un gran número de ángeles le siguieron en su caída moral y algunos de ellos se convirtieron en demonios. Estos funcionan como sus agentes y socios, y persiguen diligentemente sus impíos propósitos. Mientras tanto, otros ángeles caídos están “retenidos y encadenados eternamente en la oscuridad para el gran día del juicio final”. (Is 14:12-17; Ez 28:11-19; 1 Tim 3:6; 2 Pe 2:4; Jud 6)
Creemos que Satanás es el originador del pecado y que, con el permiso de Dios, sutilmente condujo a nuestros primeros padres hacia la transgresión que los hizo caer moralmente, sujetándolos a su dominio, tanto a ellos como a su descendencia.
Satanás es enemigo de Dios y de su pueblo. Se opone y se exalta a sí mismo sobre todo lo que se llama Dios o es objeto de culto. Habiendo afirmado al principio ser “semejante al Altísimo,” ahora se disfraza como ángel de luz, corrompiendo la obra de Dios al promover religiones y doctrinas que rechazan su gracia, pues niegan la suficiencia de la muerte de Cristo para que el ser humano sea salvo. (Gén 3:1-19; Rom 5:12-14; 2 Cor 4:3-4; 11:13-15; Ef 6:10-12; 2 Tes 2:4; 1 Tim 4:1-3)
Creemos que Satanás fue juzgado en la cruz, aunque no fue ejecutado entonces, y que hoy en día usurpa el título de “dios de este mundo.” En la segunda venida de Cristo, Satanás será atado y echado a los abismos por un período de mil años. Al terminar estos mil años será liberado por un corto período y, finalmente, “será arrojado al lago de fuego y azufre” donde “será atormentado día y noche por los siglos de los siglos”. (Col 2:15; Ap 20:1-3, 10)
Creemos que una gran cifra de ángeles retuvo su estado santo y permanece delante del trono de Dios. Desde allí son enviados como espíritus que sirven y auxilian a los herederos de la salvación. (Lc 15:10; Ef 1:21; Heb 1:14; Ap 7:12)
Creemos que el ser humano fue creado inferior a los ángeles, pero que Cristo, cuando se encarnó, tomó temporalmente ese mismo lugar de inferioridad para luego poder elevar al creyente a la esfera suya, una que es de supremacía sobre los ángeles. (Heb 2:6-10)
Artículo IV—El Ser Humano: Creado y Caído
Creemos que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios. Dios creó al ser humano varón (hombre) y hembra (mujer). Los hombres y las mujeres son diferentes a nivel sexual, pero tienen la misma dignidad personal. Algunos hombres y algunas mujeres son llamados a vivir una vida de celibato, algunos son llamados al matrimonio. El matrimonio es una unión de “una carne” entre un hombre y una mujer, la cual solo debe terminar cuando uno de los dos fallece. Esta unión permite la procreación y el avance del bien moral, espiritual y público. Por lo tanto, las Escrituras prohíben cualquier acto sexual fuera del matrimonio bíblico.
Toda la humanidad (hombres y mujeres independientemente de si son solteros o casados) son seres caídos. A través del pecado y como consecuencia del mismo, toda la humanidad perdió su vida espiritual llegando así a estar “muerta en sus delitos y pecados,” y bajo el dominio del diablo. De igual manera, creemos que esta muerte espiritual, o depravación total de la naturaleza humana, ha sido transmitida a toda la raza humana, con la única excepción del Hombre Cristo Jesús. Como consecuencia, todo descendiente de Adán nace con una naturaleza que no posee vida divina y que, además, es esencialmente mala y sin posibilidad de cambiar sin la gracia de Dios. (Gén 1:26-28; 2:18-24; 3:7-8; Éx 20:14; Lev 18:7–23; 20:10–21; Deut 5:18; Mat 5:27–28; 15:19; 19:4–9; Mar 10:5–9; Rom 1:26–32; 8:8; 1 Cor 6:9–13; 1 Cor 7:6–8; Gal. 5:19; Ef 4:17–19; 5:25–27, 31–33; Col 3:5; 1 Tes 4:3; Heb 13:4; 21:2)
Artículo V—Las Dispensaciones
Creemos que Dios administra y avanza su propósito en la tierra a través de sucesivas y diferentes dispensaciones. En cada una de estas consecutivas administraciones, Dios gobierna su relación con los seres humanos de distintas maneras. Dentro de cada una de estas varias economías, existe una responsabilidad peculiar del ser humano, seguida por su fracaso en llevarla a cabo, y el consecuente y merecido juicio divino. Todas estas dispensaciones cubren la totalidad de la historia humana.
Creemos que tres de estas dispensaciones o reglas de vida reciben especial atención dentro de la revelación de la Escritura, a saber: la pasada dispensación de la Ley Mosaica, la presente dispensación de la Gracia, y la futura dispensación del Reino Milenial. Estas dispensaciones son diferentes y no deberían confundirse, más bien deben presentarse como cronológicamente sucesivas.
Creemos que las dispensaciones no son distintos caminos de salvación, ni diferentes métodos de administrar el Pacto de Gracia. Aunque relacionadas con ellos, las dispensaciones no son sinónimas de los pactos bíblicos tampoco. Más bien son formas de vida y de responsabilidad que prueban la sumisión del ser humano a la voluntad divina revelada durante un período determinado.
Creemos que, si el ser humano pretende ganar el favor de Dios o la salvación basado en sus propios esfuerzos, no importando cuál fuese la dispensación, debido al pecado que le es inherente, inevitablemente será incapaz de satisfacer cabalmente los justos requerimientos de Dios, y su condenación es segura.
Creemos que, de acuerdo con el “propósito eterno de Dios” la salvación en el designio divino es siempre por gracia por medio de la fe y descansa sobre la base de la sangre derramada de Cristo. Creemos que Dios ha sido siempre lleno de gracia, no importando la dispensación reinante. Sin embargo, el ser humano no siempre ha estado bajo la administración o economía de la Gracia como ocurre en la presente dispensación. (1 Cor 9:17; Ef 2:8; 3:9; Col 1:25; 1 Tim. 1:4)
Creemos que siempre ha sido verdad que “sin fe es imposible agradar” a Dios y, que el principio de fe fue prevalente en las vidas de todos los santos del Antiguo Testamento. Sin embargo, creemos que es históricamente imposible que conscientemente hayan tenido a Jesús encarnado y crucificado, el Cordero de Dios, como objeto directo de su fe y que es evidente que no comprendían, como nosotros, que los sacrificios figuraban la persona y la obra de Cristo. Creemos que tampoco entendían el significado redentor de las profecías o tipos con respecto al sufrimiento de Cristo. Entendemos que su fe en Dios se manifestaba de otras maneras, como se demuestra en el relato de Heb 11:1-40. Además, creemos que su fe así manifestada les fue contada por justicia. (Jn 1:29; Rom 4:3 con Gén 15:6; Rom 4:5-8; 1 Pe 1:10-12; Heb 11:6-7)
Artículo VI—La Primera Venida
Creemos que el eterno Hijo de Dios vino a este mundo para manifestar a Dios al ser humano, cumplir la profecía, y ser el Redentor de este mundo perdido, tal y como Dios lo habría provisto, propuesto, y anunciado en las profecías de las Escrituras. Con este propósito, el Hijo de Dios nació de la virgen y recibió un cuerpo humano y una naturaleza humana sin pecado.
Creemos que el Hijo mantuvo todos los atributos de la deidad en Su encarnación y que la distinción entre la naturaleza divina y humana no se anuló por esta unión. (Lc 1:30-35; 2:40; Jn 1:1-2, 18; 3:16; Fil 2:5-8; Heb 4:15)
Creemos que, en cumplimiento de la profecía, Jesús vino primeramente a Israel como su Rey-Mesías, y que, habiendo sido rechazado por esa nación, en conformidad al eterno consejo de Dios, dio su vida en rescate por todos los seres humanos. (Jn 1:11; Hch 2:22–24; 1 Tim 2:6; Heb 2:9; 1 Jn 2:2)
Creemos que, en amor infinito por los perdidos, Jesús voluntariamente aceptó la voluntad de su Padre y se convirtió en el Cordero provisto por Dios, cuyo sacrificio quita el pecado del mundo, cargando sobre sí mismo el juicio santo que el Dios justo impone sobre el pecado. De esa forma, su muerte fue substitutiva en el sentido más absoluto—el justo por el injusto—y por ella, él se convirtió en el salvador de los perdidos. (Jn 1:29; Rom 3:25-26; 2 Cor 5:14; Heb 10:5-14; 1 Pe 3:18)
Creemos que, de acuerdo con las Escrituras, el Señor Jesucristo se levantó de entre los muertos con el mismo cuerpo en el cual había vivido y muerto, mas ahora siendo glorificado. Creemos que su cuerpo resucitado es el modelo del cuerpo que, finalmente, todo creyente ha de recibir. (Jn 20:20; Fil 3:20–21)
Creemos que, al partir de la tierra, Jesús fue aceptado por su Padre y que esta aceptación es nuestra seguridad final de que su obra redentora fue perfectamente culminada (Heb 1:3). Creemos que Jesús es la cabeza de todas las cosas y sobre todo de la Iglesia que es su cuerpo; y, su ministerio es el de mediar e interceder sin cesar por los salvos. (Ef 1:22–23; Heb 7:25; 1 Jn 2:1)
Artículo VII—Salvación sólo a través de Cristo
Creemos que, debido a que el pecado causó la muerte universal, nadie puede entrar al reino de Dios si no es nacido de nuevo. Ninguna reforma por grande que sea, ningún logro en moralidad por alto que llegue, ninguna cultura por atractiva que parezca, ningún bautismo u ordenanza de cualquier forma que se administre, pueden ayudar al pecador a dar un tan solo paso hacia el cielo.
Solo una nueva naturaleza impartida desde lo alto, una nueva vida implantada por el Espíritu Santo a través de la Palabra es suficiente para la salvación; y, por eso solo los así salvados pasan a ser hijos e hijas de Dios.
Creemos, también, que nuestra redención ha sido completada únicamente por la sangre de nuestro Señor Jesucristo, quien fue hecho pecado y maldición por nosotros, muriendo en nuestro lugar y para nuestro beneficio. Así pues, ningún tipo de penitencia, sentimiento, fe, buen propósito, esfuerzo sincero, sujeción a norma o estatuto de cualquier iglesia—incluidas todas las iglesias desde tiempos apostólicos—, puede añadir nada al valor de la sangre o al mérito de la obra terminada a nuestro favor, de Aquel quien unió en su persona a la propia y verdadera deidad con una humanidad perfecta y sin pecado. (Lev 17:11; Isa 64:6; Mat 26:28; Jn 3:7-18; Rom 5:6-9; 2 Cor 5:21; Gal 3:13; 6:15; Ef 1:7; Fil 3:4-9; Tit 3:5; San 1:18; 1 Ped 1:18-19, 23)
Creemos que el nuevo nacimiento del creyente solo es posible a través de la fe en Cristo y que el arrepentimiento es parte vital del creer, y que en ninguna manera es en sí mismo una condición independiente o separada para alcanzar la salvación. Creemos que no debe agregarse ninguna otra condición para obtener la salvación—ningún acto de confesión, bautismo, oración o fidelidad en el servicio deben añadirse al creer para obtener la salvación. (Jn 1:12; 3:16, 18, 36; 5:24; 6:29; Hch 13:39; 16:31; Rom 1:16-17; 3:22, 26; 4:5; 10:4; Gal 3:22)
Artículo VIII—La Extensión de la Salvación
Creemos que cuando una persona no regenerada ejercita la fe en Cristo, tal como es ilustrada y descrita en el Nuevo Testamento, esta persona pasa inmediatamente de la muerte espiritual a la vida espiritual, y de la vieja creación a la nueva siendo justificada de todas las cosas, aceptada delante del Padre, como Cristo es aceptado, amada como Cristo es amado, teniendo su lugar y porción como corresponde a aquellos que están unidos y son uno con Cristo para toda la eternidad.
Aunque el creyente deba crecer en el conocimiento de sus bendiciones y experimentar en mayor medida el poder de Dios a través de rendirse totalmente a él, es al ser salvo cuando inmediatamente ya está en posesión de toda bendición espiritual y es absolutamente completo en Cristo. Por eso, de ninguna manera Dios requiere que busque una “segunda bendición” o “segunda obra de gracia”. (Jn 5:24; 17:23; Hch 13:39; Rom 5:1; 1 Cor 3:21-23; Efe 1:3; Col 2:10; 1 Jn 4:17; 5:11-12)
Artículo IX—La Santificación
Creemos que la santificación, que significa “ser apartado para Dios,” tiene tres dimensiones. En primer lugar, para toda persona salva debido a que la posición de cada uno en relación con Dios es la misma posición de Cristo. Ya que el creyente está en Cristo, él está apartado para Dios en la medida en que Cristo está apartado para Dios. Creemos, no obstante, que el creyente retiene su naturaleza de pecado, la cual no puede ser erradicada en esta vida. Por lo tanto, mientras la posición del creyente en Cristo es perfecta, su presente estado refleja la experiencia de su vida diaria. De esa forma, existe una santificación progresiva en la cual el creyente debe “crecer en gracia” y “ser cambiado” por el poder del Espíritu que no conoce obstáculos. Creemos también que el hijo de Dios en el futuro será totalmente santificado en su ser, de la forma en que ya es santificado en su posición en Cristo. Solo entonces, él verá cara a cara a su Señor y será “semejante a él”. (Jn 17:17; 2 Cor. 3:18; 7:1; Ef. 4:24; 5:25–27; 1 Tes. 5:23; Heb. 10:10, 14;12:10)
Artículo X—La Seguridad Eterna
Creemos que nosotros y todos los creyentes verdaderos, en todo lugar, una vez salvos seremos mantenidos salvos por siempre. Esta verdad está erigida sobre sólidos fundamentos. En primer lugar, el propósito eterno de Dios hacía los recipientes de su amor. Junto a esto, su libertad de brindar gracia para aquellos que no la merecen con base en la sangre propiciatoria de Cristo. A todo lo anterior se une la misma naturaleza del divino regalo de la vida eterna, la incesante e interminable intercesión y mediación de Cristo en el cielo a favor de los creyentes, y la inmutabilidad de los incambiables pactos de Dios. Finalmente, como si lo anterior no fuera suficiente, la obra de regeneración y la permanente morada del Espíritu Santo en los corazones de los salvos aseguran una salvación permanente.
Sin embargo, también creemos que Dios es un Padre santo y justo porque no puede pasar por alto los pecados de sus hijos. Por eso, cuando sus hijos pecan persistentemente, él los disciplina y corrige en su infinito amor. Con todo, ya que se ha propuesto salvarlos y guárdalos para siempre, aparte de todo mérito humano, Aquel que no puede fallar, al final los presentará a cada uno de ellos sin defecto delante de su gloria y conformados a la imagen de su Hijo. (Jn 5:24; 10:28; 13:1; 14:16–17; 17:11; Rom 8:29; 1 Cor 6:19; Heb. 7:25; 12:4-11; 1 Jn 2:1-2; 5:13; Jud 24)
Artículo XI—Seguridad
Creemos que es el privilegio no solo de algunos, sino de todos aquellos que son nacidos de nuevo por el Espíritu a través de la fe en Cristo, como es revelado en las Escrituras, el estar seguros de su salvación desde el mismo día en que tomaron a Cristo como su Salvador, y que esta seguridad no se funda en ningún descubrimiento fantasioso de su propio valor o capacidad, si no completamente en el testimonio de Dios en su Palabra escrita, quien despierta dentro de sus hijos amor filial, gratitud y obediencia. (Lc10:20; 22:32; 2 Cor. 5:1, 6–8; 2 Tim. 1:12; Heb. 10:22; 1 Juan 5:13)
Artículo XII—El Espíritu Santo
Creemos que el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la bendita Trinidad, aunque omnipresente desde toda la eternidad, cumpliendo la promesa divina puso su hogar en el mundo en un sentido especial en el día de Pentecostés. Desde entonces mora en cada creyente, y por su bautismo los une a todos en Cristo en un solo cuerpo. De allí que puede ser la fuente de todo poder, toda adoración y servicio aceptable delante de Dios.
Creemos que Espíritu nunca abandona ni al más débil de sus santos, sino que siempre está presente en la Iglesia para testificar de Cristo, mientras busca llenar a los creyentes de Cristo, y los invita a no confiar ni en ellos mismos ni en sus propias experiencias.
Creemos que su presencia en este mundo, en este sentido especial, cesará cuando Cristo venga por los suyos al completarse la iglesia. (Jn 14:16–17; 16:7–15; 1 Cor 6:19; Ef 2:22; 2 Tes 2:7)
Creemos que, en esta era, ciertos ministerios bien definidos están a cargo del Espíritu Santo, y que es deber de todos los cristianos el entender y ajustarse a ellos en su propia vida y experiencia. Estos ministerios incluyen la restricción del mal en el mundo a la medida de la voluntad divina; convencer al mundo de pecado, de justicia, y de juicio; la regeneración de todos los creyentes; la morada y la unción de todos los que son salvos, sellándolos de esta manera para el día de la redención; el bautismo en un solo cuerpo de Cristo para todos los que son salvos; la continua llenura para otorgar poder, enseñanza, y servicio a aquellos entre los creyentes que se han rendido a él y que están sujetos a su voluntad. (Jn 3:6; 16:7–11; Rom 8:9; 1 Cor 12:13; Ef 4:30; 5:18; 2 Tes 2:7; 1 Jn 2:20-27)
Artículo XIII—La Iglesia, Unidad de Creyentes
Creemos que todos los que están unidos al Hijo de Dios, resucitado y ascendido, son miembros de la iglesia la cual es el cuerpo y la novia de Cristo que comenzó en Pentecostés y es distinta de Israel. Los miembros de la iglesia son constituidos como tales independientemente de su membresía en las iglesias organizadas en la tierra. Creemos que todos los creyentes en esta era, sean judíos o gentiles, son bautizados por el mismo Espíritu y de esa manera llegan a ser el cuerpo de Cristo y, habiéndose convertido en miembros unos de otros, están bajo la solemne obligación de guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, superando todas las diferencias sectarias, y amándose los unos a otros fervientemente con un corazón puro. (Mt 16:16–18; Hch 2:42–47; Rom 12:5; 1 Cor 12:12–27; Ef 1:20–23; 4:3–10; Col 3:14–15)
Artículo XIV—Los Sacramentos u Ordenanzas
Creemos que el bautismo en agua y la cena del Señor son los sacramentos/ordenanzas de la Iglesia y que son medios que la Escritura le provee para dar testimonio en esta época. (Mt 28:19; Lc 22:19–20; Hch 10:47–48; 16:32–33; 18:7–8; 1 Cor 11:26)
Artículo XV— El Caminar Cristiano
Creemos que todos los creyentes han sido llamados con un llamamiento santo para caminar, no conforme a la carne, sino conforme al Espíritu; y, así vivir en el poder del Espíritu que mora en nosotros, no cumpliendo los deseos de la carne. Pero la carne con su naturaleza adámica caída, nunca erradicada de nosotros si no hasta el final de nuestra peregrinación terrenal, necesita mantenerse, por el Espíritu, constantemente en sujeción a Cristo. De otra forma, manifestará su presencia seguramente en nuestras vidas para deshonra de nuestro Señor. (Rom 6:11–13; 8:2; Gál 5:16–23; Ef 4:22–24; Col 2:1–10; 1 Pe 1:14–16; 1 Jn 1:4–7; 3:5–9)
Artículo XVI—El Servicio del Cristiano
Creemos que los dones divinos para el servicio son otorgados por el Espíritu a todos los que son salvos. Si bien existe una diversidad de dones, cada creyente es capacitado y llamado individualmente por el mismo Espíritu. En la iglesia apostólica había ciertas personas con dones específicos—apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros—que fueron designados por Dios para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio. Creemos también que hoy en día algunas personas son especialmente llamadas por Dios para ser evangelistas, pastores y maestros; y, que es para el cumplimiento de su voluntad y para su gloria eterna, que deberán ser sostenidos y alentados en su servicio a Dios. (Rom 12:6; 1 Cor 12:4–11; Ef 4:11)
Creemos que, aparte de los beneficios de la salvación que son para todo creyente, hay recompensas prometidas a cada creyente por su fidelidad en su servicio al Señor. Serán otorgadas en el tribunal de Cristo después de que él venga a tomar a los suyos para que estén con él. (1 Cor 3:9–15; 9:18–27; 2 Cor 5:10)
Creemos que algunas manifestaciones milagrosas del Espíritu Santo fueron propias del periodo apostólico para la provisión de una nueva revelación y el establecimiento de la autoridad de los apóstoles y profetas. Tales destrezas, señales y milagros, los cuales se centraron en los apóstoles y profetas, cesaron cuando llegó el fin de estas responsabilidades y al llegar el fin de la revelación del Nuevo Testamento. Incluso en aquel tiempo, profetizar y hablar en lenguas como señales y formas de revelación nunca eran marcas comunes o necesarias para el bautismo o para ser lleno del Espíritu. Aunque Dios puede hacer milagros en cada época según su voluntad, la promesa final de la liberación del cuerpo de enfermedad o muerte aguarda a la consumación de nuestra salvación en la resurrección. (Hch 4:8, 31; Rom 8:18-25; 1 Cor 12:28, 30; 13:8; 14:22; 2 Cor 12:12; Ef 2:20; Heb 2:3-4; Apo 21:3-4)
Artículo XVII—La Gran Comisión
Creemos que el Señor Jesucristo ha hecho claro a aquellos que él ha salvado que él mismo los envía al mundo, de la misma forma en que el Padre lo envió a él.
Creemos que, después de la salvación, Dios considera a los cristianos como extranjeros y peregrinos en el mundo, como sus embajadores y testigos que tienen como objetivo principal en la vida dar a conocer a Cristo en toda la tierra. (Mt 28:18–19; Jn 17:18; Hch 1:8; 2 Cor 5:18–20; 1 Pe 1:17; 2:11)
Artículo XVIII—La Esperanza Bienaventurada
Creemos que, de acuerdo con la Palabra de Dios, el próximo gran evento del cumplimiento profético será la venida del Señor para recoger en el aire a los suyos y ser recibido por aquellos de ellos que estén vivos y permanezcan hasta su venida. Así mismo, creemos que él recogerá también a todos aquellos que hayan dormido en Jesús. La Escritura describe este acontecimiento como la bendita esperanza por la que todo creyente debe estar a la expectativa. (Jn 14:1–3; 1 Cor 15:51–52; Fil 3:20; 1 Tes 4:13–18; Tito 2:11–14)
Artículo XIX—La Tribulación
Creemos que el arrebatamiento de la iglesia antecede al cumplimiento de la semana setenta de Daniel durante la cual la iglesia, el cuerpo de Cristo, estará en el cielo. Todo el período de la semana setenta de Daniel será un tiempo de juicio sobre toda la tierra, al final del cual el llamado “tiempos de los Gentiles” terminará. La segunda mitad de este período será el tiempo de angustia para Jacob que nuestro Señor llamó la Gran Tribulación. Creemos que la presente edad terminará en una gran apostasía y que el mundo en el que vivimos se encamina a enfrentar el juicio divino. Solo después de la segunda venida de Cristo la justicia universal será alcanzada. (Jer 30:7; Dan 9:27; Mt 24:15-21; Ap 6:1-19:21)
Artículo XX—La Segunda Venida de Cristo
Creemos que el período de la Gran Tribulación culminará con el regreso del Señor Jesucristo a la tierra. De la misma forma en que ascendió, corporalmente en las nubes del cielo, así regresará. Y ahora con poder y gran gloria. Entonces iniciará la edad del Milenio donde el Señor atará a Satanás y lo echará al abismo; quitará la maldición que sufre toda la Creación; restaurará a Israel a su propia tierra y le hará realidad las promesas del pacto de Dios. El mismo traerá el mundo entero al conocimiento de Dios. (Dt 30:1–10; Is 11:9; Ez 37:21–28; Mt 24:15–25:46; Hch 15:16–17; Rom 8:19–23; 11:25–27; 1 Tim 4:1–3; 2 Tim 3:1–5; Ap 20:1–3)
Artículo XXI—El Estado Eterno
Creemos que, cuando los creyentes mueren, sus espíritus y almas pasan inmediatamente a la presencia de Jesús. Así permanecen en estado de dicha consciente hasta que Cristo venga por los suyos y los resucite dándoles almas y cuerpos glorificados para que estén con él para siempre. Pero, después de morir, los espíritus y las almas de los incrédulos permanecen conscientes en un estado de condenación y miseria hasta el juicio final del Gran Trono Blanco al final del Milenio. Entonces sus almas y cuerpos serán reunidos y lanzados al lago de fuego, no para ser aniquilados, sino para ser castigados con eterna destrucción, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder. (Lc 16:19–26; 23:42-43; 2 Cor 5:8; Fil 1:23; 2 Tes 1:7–9; Jud 6–7; Ap 20:11–15)